Hasta no hace mucho la salud mental era un asunto tabú y estaba ligada a conceptos como locura, deficiencia o suicidio, por ejemplo. Hoy día el concepto de la psicología y de la propia salud mental ha evolucionado, pero aún sigue estigmatizando a las personas, hasta tal punto que son pocos los pacientes que hablan con amigos, familiares o compañeros del trabajo sobre sus problemas emocionales.
Hay una película que recoge muy bien, desde nuestro punto de vista, esta vergüenza que no solo perseguía al enfermo sino a la propia familia. En Esplendor en la hierba, la gran Natalie Wood, incapaz de soportar el dolor por la ruptura con el que era su novio, papel que interpretaba Warren Beatty, cae en una depresión y es internada en un hospital psiquiátrico. Al margen del hilo conductor de la propia película, que recoge muy bien los prejuicios sociales de una época en lo que al sexo y la juventud se refiere, llama la atención la actitud que muestran los padres y el propio entorno de la protagonista cuando esta sufre el episodio de tristeza. A ella se la tilda de desequilibrada, trastornada y loca. También el comportamiento de sus progenitores durante las visitas y el trato que le dispensan algunos de sus allegados cuando sale de la clínica, atentos a sus reacciones cuando vuelve a ver a su viejo amor, muestran hasta qué punto problemas como estos eran vistos como situaciones que no se debían mencionar.
A pesar de que la película que dirigió Elia Kazan está ambientada en la crisis de 1929, todavía hoy es posible escuchar por parte de algunas personas comentarios negativos y opiniones despectivas sobre aquellas personas que van al psicólogo, con calificativos como «está mal de la olla», «está chalada» o «se le ha ido la cabeza» cuando se habla de alguien que acude a terapia.
Y es por afirmaciones como estas por lo que la mayoría de las personas que acuden al psiquiatra o al psicólogo evitan comentarlo entre sus amigos o familiares. La vergüenza que se siente es directamente proporcional a la incomprensión que muestra gran parte de la sociedad ante este tipo de trastornos.
Pero ¿por qué sentimos vergüenza?
La Real Academia Española define vergüenza como «Turbación del ánimo ocasionada por la conciencia de alguna falta cometida, o por alguna acción deshonrosa y humillante». La aceptación número cuatro de la misma definición apunta, además, «Cosa o persona que causa vergüenza o deshonra». Por tanto, sentimos vergüenza porque consideramos que lo que nos pasa es algo humillante e insultamos y criticamos a los que van porque entendemos que su problema es deshonroso.
De nuevo la incomprensión, la falta de empatía y la escasa normalización de todo lo que atañe a la salud mental persiguen a aquellos que acuden al psicólogo.
Obviamente, sentimos vergüenza de que nos insulten, pero hay más razones que influyen en ese sentimiento de turbación que nos inunda cuando decidimos comenzar un tratamiento psicológico.
Creerán que soy débil
Parece que de cara a la sociedad debemos mostrar una fachada de persona fuerte, responsable, sana y feliz; los signos de debilidad son criticados, prejuzgados… De este modo, evitamos decir que estamos enfermos o que tenemos un problema. No nos referimos a una simple gripe. Cuando una enfermedad nos acecha, tratamos por todos los medios de ocultarla. Por eso, es habitual que los pacientes que sufren enfermedades emocionales como depresión o ansiedad eviten comentarlo, tal y como suelen hacer aquellas otras que padecen cáncer. Porque tenemos la idea de que cuantas menos cosas malas sepa la gente de nosotros, mejor. Y si hablamos de esquizofrenia, trastorno bipolar o autismo, por ejemplo, el secretismo es aún mayor.
La razón es muy clara: a todos nos gusta que los demás piensen que somos los mejores, que somos fuertes, personas perfectamente válidas que ni temen ni padecen. Y un problema de salud implica lo contrario. Por eso, si ya nos resulta complicado revelar que estamos enfermos, lo es todavía más si esa enfermedad tiene que ver con la mente.
Pensarán que estoy loco
Como ya hemos apuntado, hasta hace relativamente poco los problemas mentales estaban asociados a conceptos negativos. Quizá el más habitual sea el de la locura. No en vano, bajo ese prisma se han hecho a lo largo de la historia experimentos y se han aplicado tratamientos que hoy en día se consideran abominables. Lobotomías, uso de radiación, descargas eléctricas al cerebro… Incluso asesinatos. No hay más que recordar lo sucedido en la Alemania nazi y la masacre no solo de judíos, sino también de personas con problemas mentales o deficiencias.
El estigma que ha perseguido, y que aún hoy persigue, a los que padecen trastornos mentales es brutal. Las personas con esquizofrenia tienen con convivir con prejuicios como la violencia y la agresividad. Aquellos que padecen ansiedad, con opiniones que cuestionan su estabilidad mental y el control de los nervios. Los enfermos de depresión, con los comentarios sobre la poca fortaleza que tienen para hacer frente a los problemas de la vida. Y todos se meten dentro del mismo saco. Por eso, para la gran mayoría, existe un miedo atroz a decir que se va al psicólogo, porque eso quiere decir que no están bien de la cabeza, y ello es objeto de burla y críticas.
Me dejarán de lado
Tener un problema es, a menudo, objeto de burla, pero, sobre todo, de aislamiento y abandono. La sociedad tiende a empatizar poco con aquellos que padecen un trastorno o sufren una enfermedad; no se solidariza con ellos ni comprende su lucha. Ni, por supuesto, los ayuda. La reacción habitual suele ser aislar, abandonar al enfermo, sobre todo si su enfermedad es una enfermedad mental.
Los motivos pueden ser varios: «Está mal de la cabeza, lo le hagas caso», «No lo llames que está fatal y seguro que nos amarga la tarde», «Me da miedo que pierda los papeles y haga algo», etc. Miedo, incomprensión, falta de empatía, desconocimiento real de lo que suponen las enfermedades emocionales… Esas son las consecuencias que sufren quienes padecen un trastorno mental. Y por eso, para evitar que lo dejen de lado, que no cuenten con él, que lo tachen de raro o problemático, las personas que van al psicólogo no suelen dar a conocer a sus amigos o conocidos que acuden a terapia.
No me contratarán
Este punto está estrechamente relacionado con la debilidad, pero también con el concepto erróneo que tiene la sociedad en general sobre los problemas emocionales. A los conceptos negativos que hemos mencionado antes se une el hecho de que si una persona está enferma no rendirá igual en el trabajo, será más conflictiva, dará problemas y estará continuamente de baja cuando le den sus crisis. Por eso, si hay un ámbito en el que cuesta decir que vamos al psicólogo es el laboral, porque enfermedad mental parece ser sinónimo de incompetencia, de conflicto, de problemas… Amén de los prejuicios sobre la estabilidad mental de sus emociones. Vamos a poner un ejemplo sumamente claro para ilustralo: todo el mundo conoce la serie The good doctor y es consciente de las barreras que tiene que superar el protagonista para que sus ideas, sus opiniones y sus diagnósticos médicos sean tenidos en cuenta por sus superiores. Desde el primer momento el propio hospital era reacio a contratar a una persona así con autismo y el síndrome del sabio, y desde el primer minuto es observado con lupa, sus reacciones son estudiadas al milímetro y sus errores, magnificados. Es una actitud injusta en comparación con la que detentan sus compañeros, también médicos, que gozan del respeto que el cirujano Shaun Murphy no tiene. Y nos sirve porque refleja a la perfección todo lo que tienen que soportar y a lo que deben hacer frente aquellos que padecen problemas mentales y que lo dicen en su trabajo. De ahí que la mayoría de ellos evite comentarlo en el ámbito laboral.
Me van a criticar
Sí, porque todos hablamos sin saber, criticamos que alguien tenga problemas de estrés o depresión con burdas opiniones como «Es que se pone nervioso con todo, debe aprender a relajarse», «Lo tiene todo en la vida y aun así tiene depresión; no lo entiendo, no sabe lo que tiene, se queja por quejarse», «Cuidado, a ver si pierde el control y te agrede», «Cómo se ha puesto» o «No le hagas caso, está mal». Todo lo que hacen es sometido siempre al juicio de los demás, y ello es motivo de vergüenza.
Nadie me querrá
Otro clásico. Los que se tratan en el psicólogo piensan que si les dicen a aquellas personas que están empezando a conocer que acuden a terapia, esta no lo comprenderá, lo cuestionará, pensará que tiene problemas y se alejará. Es raro que cuando una persona comienza a salir con otra le diga que recibe tratamiento emocional para superar su ansiedad o para controlar la agresividad, porque sabe que es posible que no vuelva a verla más. Porque no comprenderá que si se está tratando es, precisamente, porque quiere recuperar su vida, su estabilidad mental; porque está luchando para ser mejor, para borrar sus miedos, para disfrutar de una vida plena. Lo que verá será a un hombre o una mujer con un trastorno, es decir, con un problema, y se alejará. Y ese miedo, esa vergüenza que se siente al afirmar que recibe ayuda profesional especializada, ese temor a que nunca encuentre a nadie que lo acepte y lo comprenda, que lo ayude y esté a su lado, son motivos más que suficientes por los que se suele omitir decir que se va al psicólogo.
La normalización es la clave
La Encuesta Europea de Salud en España apunta que casi un 5 % de la población mayor de 15 años acude o a acudido al psicólogo. Eso son casi dos millones de personas. Aunque los datos corresponden al año 2014, nos da una idea del volumen de personas que requieren los servicios de estos profesionales, a pesar de que la mayoría de ellos no informe ni siquiera a sus familiares más cercanos por el miedo y la vergüenza.
El acceso a internet y la mayor difusión que desde algunos medios se hace de la psicología están ayudando a que entre algunos sectores, como los jóvenes, ir al psicólogo no sea tan mal visto. La adicción móvil, a las tecnologías o al juego online que padecen algunos de ellos, así como las presiones a las que se ven sometidos los estudiantes para llegar a la universidad o terminar la carrera, por ejemplo, son otros de los elementos que está haciendo que sea cada vez más habitual oír hablar de acudir al psicólogo.
Por supuesto, soluciones como los blogs y los foros de psicología, ayudan a normalizar en la sociedad malestares y trastornos que antes se quedaban encerrados entre las cuatro paredes de una consulta y que ahora se comentan y comparten. En este sentido, Divan, la plataforma de terapia online, es una herramienta muy útil que, además de informar sobre psicología, hace posible que tanto pacientes como profesionales interactúen a través de la terapia online, lo cual contribuye de manera significativa a que la salud mental sea considerada como una parte más de la salud general de una persona y a que la psicología llegue a más personas.